Es martes. Estoy
emocionada por un viaje semanal a Starbucks con mi amiga, Steph. Después de un
día de clases y trabajo, una bebida es bien merecida.
Al entra la cafetería,
somos recibidos por la aroma de café. Está una tarde abarrotada; se llena de
gente. Estamos en la línea, esperando nuestros pedidos a ser tomando. Steph ya
ha decidido en su bebida. Ella pedirá un Venti Macchiato Caramelo. Siempre ella le pide. Me quedo mirando al
menú. No sé lo que voy a pedir.
¿Debo pedir algo caliente? ¿O
debo pedir algo frío? Pienso que voy a pedir algo frío y refrescante. Pero, ¿qué
bebida? ¿Café, té, o frappe? Es posible que pida la nueva promoción. Hay demasiada
opciones. No puedo decidir. Me quedo mirando al menú, aún indeciso.
La línea se mueve adelante.
Uno a uno, los clientes están esperando por la gente con delantales verdes. El
reloj hace tictac y el tiempo está acabando. Hay dos personas en frente de yo.
Estoy abrumada por las selecciones de bebidas. Traté de imaginarme a mí mismo
tomando una bebida fría. Yo decidí en algo fuerte y dulce. Pero, ¿qué tamaño
debo comprar? Alto, Grande o Venti. ¿Cuál elegir? Tantas opciones, y tan poco
tiempo. Y en poco tiempo, yo estaba de pie en frente de la caja. Al final, yo decidí pedir un Grande Fría Mocha con
Chocolate Blanca.
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